Calidez, bondad, nobleza, generosidad, humildad, humor, sencillez, son quizás las características que uno sentía más notoriamente al conocer y compartir con el “profe” Luis María Bonini. Al mismo tiempo, un hombre muy franco, muy honesto para expresar lo que pensaba o sentía, sin dobles caras como suele ocurrir en este medio.
Le costaba asumir su importancia. Aún con todo lo hecho junto a Marcelo Bielsa por el fútbol chileno, se sentía pequeño ante las manifestaciones de cariño o reconocimiento, como si no creyera merecerlas. Un día, en el que nos tocó el mismo turno para una sesión fotográfica promocional en el canal, estábamos esperando sentados en el auditorio y del bolsillo de su chaqueta sacó una carta. Venía de una de las tantas charlas motivacionales que realizaba en distintas empresas. Me pasa la carta y me cuenta que es de un obrero que trabajaba en una de esas compañías. Le había escrito en una hoja de cuaderno con lápiz pasta. Me pide que la lea. Ahí el trabajador le decía cómo su labor en la selección y una charla anterior lo habían inspirado en su vida y lo ayudaban a ser mejor persona, a salir adelante, desde una situación socioeconómica difícil. La carta era sencilla, pero profunda y conmovedora. Emocionada, le dije al “profe” que era maravilloso lo que él lograba y le pregunté si tenía conciencia de cómo el tocaba la vida de los demás, de lo hermoso que era cambiar la vida de otras personas a través de su trabajo y su ejemplo. Pero, si bien era halagador, él se sentía descolocado. Me decía que le costaba entender cómo él – que alguna vez me bromeó con que era un “ignoto”- podía inspirar a otros y menos que le agradecieran por eso. Porque él no se sentía nada del otro mundo como para tener esa importancia que otros le daban. Pero la tenía. Y vaya huella que dejó.
Dicen que uno recuerda a las personas por cómo nos hicieron sentir y sé que desde esa noche en la sala de reuniones, cuando estábamos escondiéndolo para mantener la sorpresa de su anuncio como comentarista del mundial, él inmediatamente me integró y me hizo sentir visible. A diferencia de muchos otros que, cuando una es mujer, ni siquiera te miran al hablar de fútbol. Charlamos entre todos de fútbol español, de su experiencia en el Athletic Club, de cómo trabajaban los jugadores… Pelotita. Mucha pelotita. Ya desde ese primer día, me sentí increíblemente afortunada y feliz como “cabra chica” de estar en esa sala con él.
Más adelante tuvo gestos personales increíbles conmigo, sobre todo el primero que no me lo hubiera esperado. En un momento en que lo pasé mal con una situación muy ingrata, él se enteró, se consiguió mi teléfono y me mandó un sentido mensaje de apoyo. Él había pasado antes por algo similar y se puso en mi lugar. Así, de puro corazón, sin tener obligación alguna. Mi gratitud será eterna hacia él por ese gesto que lo retrató completamente como la persona que era y que desde todas partes del mundo otros confirman.
En otra oportunidad, se desvivió por tratar de ayudarme en una situación de fútbol que terminó siendo tragicómica en el momento, pero que al final se convirtió en una graciosa anécdota. Y él se disculpaba, aún no teniendo que ver con lo ocurrido, pero su humildad le hacía sentir responsable. ¡Y todo lo que él había hecho era ayudarme! Yo sólo podía estar agradecida de su buena intención y todo su esfuerzo, que para mí era lo que valía.
Ya les contaba antes que el “profe” iba de frente, sin dobleces ni malas intenciones. Por eso, le afectó muchísimo cuando lo destruyeron injustamente en redes sociales por un comentario nimio, ridículamente poco importante y sin maldad, hecho en un Domingo de Goles, y, luego, por una situación interna en la que se le calumnió públicamente, por esas ganas brutales que tiene la gente aquí de dañar a quienes tienen figuración pública, porque creen que por aparecer en la tele o entrar a una cancha uno vive idílicamente, entonces se aprovechan para descargar en aquellos “afortunados” sus propias miserias y así sentirse mejor consigo mismos. Por supuesto que el “profe” tendría sus defectos como todo humano, pero seguro que uno de ellos no era ser “chueco”, como decimos en Chile.
Por eso me importa expresar lo buen tipo que era. Y por lo buen tipo que era, tengo una fea mezcla de rabia y pena. Rabia al saber que murió de un cáncer que se puede evitar con protector solar y que no le dio síntomas excepto cuando ya era demasiado tarde. Desde el principio, ya fue tarde. Un cáncer silencioso que no lo dejó defenderse. ¡Cómo se habría imaginado él! ¡Qué putada!
Pero sobretodo tengo una pena enorme porque no es justo que personas valiosas y nobles tengan que morir antes de tiempo y así. En realidad eso también me da rabia.
Pienso en su familia, deseándoles paz, sabiendo que siempre lo extrañarán.
Queridísimo “profe”, seguramente no se lo creería hoy de ver cuánto cariño y aprecio todos le teníamos. Es una avalancha de afecto que viene de todas partes del mundo. Somos afortunados por haber recibido el regalo de compartir espacios y tiempos con ud. Incluso si, como en mi caso, no alcanzaron a ser tantos.
Citando a Javier Mascherano, “es un día de mierda para todos los que tuvimos la suerte” de conocerlo. Y no puedo encontrarle más la razón.
Querido “profe”, ud. se ha adelantado, pero todos nosotros vamos detrás. El café que postergamos ese domingo en la oficina del canal, sólo queda pendiente. Gracias por todo. ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!
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