Qué lindo es ver la tabla de posiciones así. Qué alivio es terminar el año y entrar al receso mundialista con Chile en posiciones de clasificación directa a Rusia 2018. La hemos pasamos mal, la fe se nos ha venido abajo, hemos visto todo oscuro, todo “eliminatorias” y no “clasificatorias”. Pero al final, cada vez que ponemos en duda la vigencia de la selección chilena, nuestros jugadores nos tapan la boca. Cada vez que no rinden como lo hacían con Sampaoli y terminamos pasando sustos o “bajoneados”, ellos nos muestran una y otra vez que aún son ellos.
El susto aquel comenzó con la última etapa de Sampaoli y el rumor de que se iba luego de la fuga del criminal Sergio Jadue. El empate 1-1 con Colombia en el Nacional y esa derrota horrible de 3-0 en Montevideo nos hizo considerar que quizás después de obtener la Copa América e ir a dos mundiales consecutivos, nuestros jugadores ya estaban desgastados y sin una motivación fuerte por la cual jugar o que quizás después de muchas temporadas extenuantes con sus clubes y la selección, ya estaban desgastados, además de sumar el lógico paso de los años. Después, al llegar Juan Antonio Pizzi, la derrota con Argentina no se sufrió tanto porque la selección jugó realmente bien y luego ganó en Venezuela. El problema fue lo que mostró el equipo en un par de amistosos anteriores a la Copa América Centenario. La derrota frente a Jamaica causó pánico e hiló aquel desempeño con el difícil comienzo en la fase grupal del torneo conmemorativo jugado en Estados Unidos.
A esas alturas la selección chilena ya había perdido la confianza del país: Desde la capacidad del nuevo técnico hasta el rendimiento físico y futbolístico del plantel, culpando de todo a Sergio Jadue, Jorge Sampaoli y a la ANFP por contratar, según la hinchada y parte de la prensa, a un técnico que no estaba al nivel de los campeones continentales. El resultado que puso todo al borde de la cornisa, fue el polémico 2-1 frente a Bolivia en fase grupal de Copa América Centenario. Un triunfo de último minuto, con un penal, regalado por el árbitro, que Arturo Vidal convirtió. Ese partido fue terrible. Chile simplemente jugó mal, aunque mucho fuera por mérito de Bolivia que no hizo más que cerrarse y defenderse todo el partido, sólo para no perder. Aún recuerdo Twitter lleno de gente furiosa recriminando al DT argentino por haber supuestamente convertido a Chile en un remedo de lo que había sido con Sampaoli y exigiendo su salida con hashtags como #FueraPizzi o #AndatePizzi.
Fueron momentos difíciles, de una presión brutal y cruel que el técnico argentino de Chile supo soportar con la clase, nobleza y educación de lo buena persona que es. Mas en su lenguaje no verbal se notaba que lo estaba pasando mal. Pésimo. Los jugadores también. Y así, tambaleando, se le ganó 4-2 a Panamá, sin brillar, pero sacando adelante la tarea. La soga al cuello se aflojaba, al menos por un par de días.
Y cuando todos temíamos que México podría dañarnos irreversiblemente, llegó ese punto de inflexión que los angloparlantes llaman tan acertadamente “breakthrough”, porque simplemente se traspasa una barrera, un límite, se cruza más allá de donde se estaba, para no volver, para llegar adonde se soñaba, pero todos pensaban que no se podría. Ahí vino el famoso e histórico 7-0. La misma selección, el mismo técnico, los mismos jugadores dando un baño de fútbol que hizo titulares en el mundo entero. El resto es historia y ya la sabemos.
Sigamos poniendo un contexto: Recordemos nada más cómo luego de la obtención de ese título, los números y el juego no acompañaron a La Roja al retomar a las clasificatorias, con la derrota en Paraguay, el empate con Bolivia y el desastre del partido en Quito. No había más salida que ganarle a Perú en Santiago. Y ahí de nuevo, con un Arturo Vidal que jugó su mejor partido por Chile estando enfermo y con fiebre, la selección prevaleció.
Una vez más, como en todos estos meses con Juan Antonio Pizzi en la banca, Chile nos mandó a callar ese pesimismo trágico. Una vez más, Chile nos mandó a decir “Confíen. ¿Por qué no confían en nosotros?… ¡Confíen!”.
Con todo lo anterior se demostraba lo que ya ahora es una característica de esta selección chilena de Juan Antonio Pizzi: Quizás ya no juegue avasalladoramente todos sus partidos, pero cuando todo parece que se ha ido al fondo del pozo, cuando vemos que ya “no hay por dónde”, cuando todos los hinchas “de selección” que no saben nada de fútbol se toman Twitter sólo para descargarse a insultos y acusaciones con tono de tragedia, la selección lo da vuelta todo. Reflota, sobrevive, remonta, se levanta, saca el fútbol que parecía perdido y gana. No de suerte, no de regalo, no como sea, sino con recursos, con talento, con espíritu indomable en la sangre, con categoría. Y sumando dos aspectos fundamentales:
– Con Juan Antonio Pizzi esta selección ha aprendido a administrar de forma inteligente sus recursos y sus falencias. Cuando no se puede, no es el momento de patriadas ni porfías. Cuando no le es posible hacer lo que quiere, hace lo que solamente lo que puede y lo que debe. Eso también es fútbol y es inteligencia.
– Cuando el colectivo no funciona y el equipo no es capaz de lograr el resultado, aparecen las individualidades que brillan a nivel mundial en sus clubes y que ponen ese talento al rescate de la selección y de sus compañeros menos destacados. Así lo hizo titánicamente Arturo Vidal frente a Perú y así lo hicieron Bravo, Alexis y Vargas contra Uruguay.
Por Dios… si los uruguayos venían acá como segundos en la tabla, escapados a 5 puntos del tercero (Colombia) y a seis del cuarto y quinto (Ecuador y Chile)! Y venía con toda la artillería de Luis Suárez, pasando su mejor momento en el Barcelona. Un equipo que muchos daban por desahuciado luego de lo mal que jugaron y les fue en Brasil 2014 y Copa América 2015, pero que con la eterna guía del ‘Maestro’, Oscar Washington Tabárez, se reposicionó como la potencia sudamericana que siempre fue.
Díganme si no vieron salida después del gol de Cavani y todas los que se habían perdido antes. “Aquí no hay cómo”, “no hay por dónde”, “esto puede ser goleada”… Todos nuestros miedos nos explotaron en la cara después de ese comienzo destructor de Uruguay. ¿Y qué pasó? Pasó que Eduardo Vargas, con un gol imposible para empatar. Él ¡cabeceando entre Godin y Coates!. Pasó que Alexis, supuestamente a media máquina, con dos golazos para el 2-1 y 3-1. Pasó que Claudio Bravo, cuestionado y criticado como lo hacen en Inglaterra, atajó todo después del gol de Cavani y hasta le contuvo un penal a Suárez (que él mismo cometió) al final del partido. Pasó que los tres puntos adentro y la clasificación directa.
Una vez más, como en todos estos meses con Juan Antonio Pizzi en la banca, Chile nos mandó a callar ese pesimismo trágico. Una vez más, Chile nos mandó a decir “Confíen. ¿Por qué no confían en nosotros?… ¡Confíen!”. Y así, una vez más, nos fuimos a dormir esperanzados, aliviados, orgullosos y felices. Porque será normal que esta selección se desgaste y su momento pase, pero no aquí, no aún, no ahora… No.
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